Luz, más luz, de Manuel Martínez-Forega (Molina de Aragón, 1952) propugna, ya desde su poema inicial, la aparente paradoja de reflexionar sobre nuestro propio conocimiento con el propósito de regresar a un estado de pensamiento instintivo y a un diálogo con la materia primigenia de la Naturaleza. Sin ser un libro filosófico, se basa, sin embargo y fundamentalmente, en la filosofía, en su disciplina ontológica, para preguntarse por qué y para qué estamos aquí y cuál es la tarea del hombre náufrago en un mar de incertidumbres, henchido de dudas sobre su finalidad e impelido a multiplicarse en distintas morfologías existenciales sin obtener la respuesta adecuada. En esta búsqueda salpicada de contantes incógnitas, sólo la ingenuidad que alberga la infancia, cuando el ser no finge todavía, cuando el hombre que será aún no ha alcanzado su total escisión es posible encontrar el brillo tenue de lo que tal vez quiso ser; pero este “tiempo incumplido” resulta ya irrecuperable. Luz, más luz, es probablemente un libro desesperanzado, pero que no renuncia a la acción y a la necesidad de seguir ahondando en nuestras dudas y en nuestras certezas para desecharlas o iluminarlas.