Rosana Acquaroni nos ofrece La casa grande, su sexto poemario, un retorno a ese bancal de tierra removida que es la infancia. Una infancia marcada por un secreto familiar y atravesada por la presencia/ausencia de una madre, víctima de una época siniestra y tenebrosa como fueron la posguerra y la dictadura. La casa grande se convierte, así, en escenario vivo donde ir recuperando, a través de la mirada de una niña, sensaciones, vivencias, desencuentros; no como un ejercicio de nostalgia sino de denuncia. Un espacio poético donde no se descuida la preocupación por el lenguaje, pero que es capaz de desalojarnos, de dejar a la intemperie nuestras más íntimas renuncias. (Pepo Paz Saz).
De la contraportada: «En toda infancia hay una casa que acaba convertida en el lugar de la permanente evocación. El de la eternidad a la que aludiera César Vallejo en un verso inmortal: “Murió mi eternidad y estoy velándola”. Rosana Acquaroni vela una parte de esa eternidad que es la niñez y la adolescencia, entra en los espacios en sombra de los secretos familiares, rinde cuentas con sus seres más queridos y construye, con lenguaje revelador y deslumbrante, un hermoso edificio poético sobre un proceso apasionante: el que se nutre de la memoria de la propia experiencia en un permanente diálogo con la vida de los otros. Ahí están el padre, la madre, su vida visible y su vida invisible y secreta, los momentos felices y los dolorosos, las servidumbres de la realidad opresiva de una posguerra interminable y la rebelión íntima y el desafío a las convenciones amorosas, eróticas, sentimentales impuestas con su secuela de trastornos emocionales y frustraciones. También están los sueños, casi siempre incumplidos, y el universo de objetos (armarios, toallas, peines, botones), presencias y deslumbramientos que dieron sentido a la vida en la edad más temprana. La casa grande es un pequeño mundo que, en gran medida, es, ha sido y será el mundo de todos nosotros». MANUEL RICO.